domingo, 15 de marzo de 2020

Bem vindo


Como venía comentando en entradas pasadas, tal vez no de una forma clara, este marzo empecé una nueva etapa en la vida, una en que dicho sea de paso gran parte de lo que definía como mi vida, mi rutina, se trastocó en gran medida. Y va a ser así porque pese a que Brasil es un lugar cercano; en lo geográfico, en la idiosincrasia que nos define como latinos (no andinos, esa es otra discusión), hay aspectos que lo convierten en un lugar ajeno, terriblemente ajeno: el estar lejos de la familia, el reto de volver a ser un estudiante, con los temores del pasado acechando, el idioma, que si bien no es tan complejo, también implica una curva de crecimiento. En fin, el famoso precio de la independencia, del crecer un poquito más.

Por suerte, en esta aventura, porque lo es, no encuentro apelativo, se encuentra mi banjo, y al igual que en los momentos más bajos de mi época de la maestría; Sussie, el SS Stewart, el cacharro, como sea que lo quiera llamar, como sea que me esté sintiendo al momento de tocar, va a cumplir incondicionalmente sus funciones de amigo y terapista, y por ende, esos retos que me impuse para este año, junto con el reto de no olvidar, de ser fuerte, estarán presentes a lo largo de estos meses, así el pánico se siga tragando este mundo, se me enrede la lengua al tratar de decir algo en portugués, tenga miedo de que la investigación del doctorado se complique; en fin, todo y nada.

El trabajo sigue, y con los andes a miles de kilómetros de distancia, el sonido del banjo andino, lo que sea eso, sigue.

En la próxima entrada hablaré un poco sobre los vídeos que he compartido en estos días, al igual que uno pequeño que grabé ayer...