domingo, 5 de abril de 2020

El banjo en los tiempos del coronavirus

Tardó unos veinte años, pero al parecer la pandemia del coronavirus, aquel temido nombre, se convertirá en el primer gran hecho de este siglo que malvivimos, en el sentido de que poco o nada nos ha importado la desigualdad social, el capitalismo necrófilo, los refugiados por las guerras civiles, y las notorias señales de deterioro ambiental en el planeta. Poco o nada nos importaron, pero ahora, que esta crisis, esta coyuntura nos afecta a todos, llegó el momento de reflexionar en lo que tenemos, y en sortear de la mejor manera, siempre responsablemente, las nuevas normas sociales que se nos impondrán y el hecho de estar confinados, en un mundo que siempre lo percibimos como de puertas abiertas.

Y lo está, lo seguirá haciendo, solo que por el momento y por ende, para los afortunados, para los cientos de millones que esperaremos por un tiempo en casa y no en las trincheras de un hospital, en el control de los hechos básicos que nos define como sociedad, en la siempre dura lucha por conseguir algo de comer al día, debemos ampliar nuestros horizontes, ya sea a partir de compartir más tiempo con la gente que el azar hizo que nos rodeara, u organizar nuestras ideas a través de actividades, a través de procesos creativos. Y yo creo, que entre las múltiples enseñanzas que nos va a dejar este hecho, y espero que sea así, aun tengo fe en los límites medibles de la estupidez humana, es el hecho de que el arte (cualquier tipo, nunca fue un concurso) es nuestro bálsamo para lidiar con la adversidad, para de alguna forma trascender en el tiempo.


El antídoto para tantas cosas en el mundo...

No digo que toque el banjo por eso, por trascender en el tiempo, porque presintiera de tiempo atrás que llegaría el momento en que un banjo le ayudaría a mi cuerpo a tolerar todo esta presión emocional que estoy sintiendo ahorita, y que puesta de nuevo en perspectiva, es una presión ridícula en comparación con los dramas y dilemas que otras personas estén viviendo ahora, o desde que empezó esta cuestión del confinamiento y las medidas cautelares. Se trata más bien de un simple testimonio, de un registro de lo que ha sido la experiencia del banjo en esta cuarentena...

A Brasil llegué recién empezó la cuestión, por lo que si bien no hubo tiempo de verme con mis compañeros de universidad o de hacer las mínimas vueltas de preparación, tuve la buena fortuna de haber llegado a una zona aislada dentro de la ciudad, donde puedo estudiar y practicar a mi gusto, con el espacio y el tiempo apacible para hacerlo; por ejemplo, al frente de una laguna y bajo la banda sonora de un pequeño bosque. Y uno pensaría, eso está más que bien, dadas las circunstancias de muchos, pero inevitablemente la saturación de información por redes y la nostalgia, en cierta medida el arrepentimiento por estar aquí, hizo que la cabeza me jugara pasadas los primeros días e incluso, el banjo, que es mi último refugio mental, fuera socavado en sus a veces inestables bases...


En la búsqueda de un balance

Entonces, como siempre toca en estos casos, la misma mente, su increíble capacidad de recurrir a los instintos más básicos, te lleva a buscar metas, a intentar establecer un orden en medio del caos o la desazón que te carcome. Y así empezaron las caminatas diarias por el lago, el escuchar una lista de música tropical para levantarme el ánimo, el imponerme tareas de la universidad y de ñoñeras propias, el buscar que los almuerzos no sean tan desastrosos, en seguir adelante. Y dentro de todo eso, dentro de mis prácticas diarias, surgió un pequeño reto con el banjo, que era el terminar los ejercicios del tutorial de Emile Grimshaw, al menos los ejercicios para principiantes. De modo que empecé a grabar uno por día y a compartirlos después, hasta que por más que inercia, se trató de práctica, hace dos días compartí el último. Lo sé, puede sonar a una victoria enormemente pírrica frente a los grandes dramas humanos, pero para mí representa lo que siempre ha sido el banjo en mi vida: tenacidad.

Sé que ya lo he referido hasta el cansancio, que empecé en el 2009, que fue por mi cuenta, que nunca he tenido un profesor de banjo, y así por el estilo sigue la lista. Pero a lo que quiero llegar, sí, una vez más, es que el banjo es una alegoría de lo que es y lo que quiero que siga siendo mi vida. El banjo es, y seguirá siendo la palabra resiliencia, será una parte de mi corazón. La otra parte, me espera en casa...


El resultado final de estos tiempos iniciales de cuarentena