Diciembre suele ser una época de balances, dónde se juzga lo bueno y lo malo que ha pasado en el año. Donde se revisan los alcances de las decisiones que se hayan tomado a lo largo de estos meses. En esta época se suele lamentar lo que no se hizo por pereza o descuido, se critican las malas decisiones que hemos tomado o simplemente enumeramos aún aturdidos, las oportunidades que se dejaron ir o pasaron de largo desapercibidas.
Al mismo tiempo, es una época del año en la que recordamos con satisfacción y porque no, ya un poco de nostalgia, todos esos momentos y vivencias que convirtieron este 2015 en un año distinto a los demás. Fueron momentos que de ahora en adelante nos acompañarán y que usaremos a futuro cuando sintamos que algo no marcha bien o queremos levantar el ánimo.
Curiosamente, tengo ocasiones en las que les suelo tener desconfianza a los años impares porque por alguna razón me fue mal con mis proyectos o a nivel personal. Obviamente el peso de esta superstición se cae con rapidez al comprobar que las cosas buenas y malas pasan la gran mayoría de las veces sin que nosotros las hayamos buscado. Es obvio también que muchas cosas de esa fracción mala son producto de nuestro temor o porque no, inexperiencia (más bien torpeza) al lidiar con un problema. El detalle radica en que tendemos a potenciar muchas veces el recuerdo de una experiencia (sea mala o buena) y esa primera experiencia parece que se forja con hierro fundido en nuestra memoria. Así como las cosas buenas se aferran a nuestro deseo de querer siempre sonreír, las cosas malas suelen aferrarse a nosotros a veces limitándonos a pensar nuevas cosas y dar el salto al vacío que en muchas ocasiones necesitamos.
Todos los años que se viven representan en cierta medida una posibilidad de crecer (si la palabra aplica aún) como individuos y a la larga ni este año fue la excepción, ni el crecimiento apuntó en un solo sentido. Resumidas cuentas este 2015 me brindó la posibilidad de crecer mucho como persona, de conocer gente maravillosa que me refuerza el deseo de soñar, de comprobar que la gente que te aprecia siempre está ahí de alguna forma, que los esfuerzos agotan pero no abaten del todo, que en la sencillez radica el placer de vivir y que por la derecha, la vida radica en el deseo de ser lo que somos.
El 2015 trajo baches musicales, pero también experiencias únicas, confío repetibles; entradas en este blog no tan carnudas, pero confío más diversas que al principio, pero ante todo siguió brindándome el deseo de seguir tocando, de seguir aprendiendo cosas nuevas. Puede que no a la velocidad que a veces quisiera, pero no por eso se ha mermado el placer de escuchar el banjo. Hace parte de mí, hará parte de los años que vengan por reflexionar.
Felices fiestas!!