sábado, 4 de mayo de 2019

Construyendo memoria

Creo que uno de los aspectos que más me confundía en la juventud era el de la identidad, de lo que me podía definir como individuo. Y me refiero al hecho de que si bien había vivido en Bucaramanga durante 17 años (hablo entonces de mis años previos a mi vida en Bogotá y los periplos posteriores), no tenía, o mejor dicho, no sentía, un arraigo grande hacia mi lugar natal; o mejor dicho (de nuevo), hacia ningún lado. La razón es la siguiente: mis papás no son de Bucaramanga, y por ende, detalles como la comida, el hablado, la propia idiosincrasia del manoteo al hablar, del supuesto mal genio (no, mentiras, sí lo somos jaja), no fueron elementos que estuvieron en mi infancia. Al contrario, la región Caribe de mi mamá y el altiplano Boyacense de mi papá, con sus historias y sus pasados contrastantes, eran los elementos que rondaban mi imaginario, así fuera con esporádicos viajes en vacaciones.

Entonces, cuando en mis años de la universidad, Bucaramanga se convirtió en mi lugar de vacaciones, ahí sí empecé de a poco a construir mi imaginario, y en este, aparecieron los hechos y curiosidades que fueron dando forma a mi "Santandereanidad" y "Bumanguesidad". Siendo un obsesivo de las fechas y las curiosidades históricas fui recopilando las historias de las migraciones europeas a Santander, de un ferrocarril ya extinto, de sus cañones desérticos, sus páramos, su pasado violento, y sus historias de ciudad, más allá de lo que para mí siempre será el sector donde crecí: Ciudadela Real de Minas. Podría hablar tanto de aquel lugar, pero ese no es el punto de este blog...


En la búsqueda de la identidad

Hablando entonces de la ciudad, en mi búsqueda de identidad fueron acumulándose lo que para mí debían ser los elementos más valiosos, porque esos no solamente son los que ayudan a darle ese tinte único a Bucaramanga, sino por el hecho de que son los que pueden generar un mayor tejido social; en este caso a partir del arte y la educación. Sitios como el actual Centro Cultural del Oriente, la casa Clausen, el Club del Comercio o la Casa Streithorst, se convirtieron entonces en lugares que empecé (afortunadamente) a valorar en su dimensión merecida una vez volví de Bogotá, y cierto sentido de orgullo por mi lugar de nacimiento empezó a generarse. Pero, acompañado de este sentimiento positivo, también venía uno de tristeza y vergüenza, porque con el pasar de los años, y el parroquial abandono estatal y local, aquellos lugares tan únicos, tan determinantes para la ciudad, fueron sumándose en el olvido, y a ser vistos con cierto asco o pereza, porque pareciera que a todos nos avergonzara el origen rural de la ciudad y sus habitantes.  


Antiguo lago de los Alarcón en los años 20. En la actualidad, otro monumento al cemento...

Dos lugares para mí reflejan esa dualidad, ese amor y odio por el pasado en Bucaramanga: la plaza San Mateo y el Teatro Santander. Ambos están ubicados en el centro de la ciudad y eran puntos que usualmente miraba de reojo cuando acompañaba a mi mamá a sus compras de telas y encajes. Naturalmente su arquitectura contrastante, en cierta forma orgullosa, me llamó la atención y ya grande, lamentaba profundamente su constante deterioro. Por fortuna para al menos uno de los dos edificios, se anunció hace un par de años la restauración del teatro y como muchos, esperé pacientemente por el día en que volvieran a abrir sus puertas. 


Teatro Santander en los años 40

Una breve historia del Teatro Santander. El teatro fue construido entre los años 1928 y 1932, bajo la dirección del arquitecto francés George Carpentier (padre de Alejo Carpentier, coincidencia que solo puedo considerar digna de lo real maravilloso) y su primera función fue el 20 de febrero de 1932, convirtiéndose en el eje de la actividad cultural en la ciudad. El año 1948 marca un primer hito en su historia tras una remodelación por parte del arquitecto Federico Blodeck Flicher y su adquisición por parte de Cine Colombia. Dicha compra llevo a que el teatro gradualmente fuera hiciendo una transición hacia un espacio de cinemas, dentro de una zona del centro de la ciudad que pasaba de tener una vocación por así decirlo bohemia, a una de frenetismo comercial con el Sanandresito y la terminal de buses del Parque Centenario.


El teatro Santander, En franco deterioro a comienzos de este siglo, pero ya con los deseos de una transformación

Dicha actividad comercial fue mutando, y no para bien, debido a que tanto el Sanandresito como la terminal de buses fueron trasladados a otras partes de la ciudad, y eso llevó a que este sector comenzara a sufrir un deterioro importante y las dinámicas de los tejidos sociales fueran adquiriendo un tinte que empezó a generar urticaria. No en vano, esta fue la época más dramática de los edificios históricos de Bucaramanga, siendo el ya desaparecido Teatro Garnica la principal víctima. Del Teatro Santander se pasó entonces de tardes de matiné que muchos añoran ahora con nostalgia, a un lugar de poca acogida que llevó a que Cine Colombia liquidara los cinemas en el año 2001. Para el 2005, tras la donación de la propiedad a la Universidad de los Andes y tras muchos tires y aflojes, más la presión encomiable de algunos gestores culturales y ciudadanos del común, el teatro logró blindarse en el año 2008 y al año siguiente, con la creación de la Fundación Teatro Santander, se inició el proceso de gestión de recursos, restauración y reconstrucción. 


La historia del Teatro Santander, contada mejor que en mí entrada jaja

Finalmente, este 26 de abril del 2019 (87 años después de su primeras entradas) y tras mucha expectativa, el teatro tuvo su concierto inaugural y con la repetición de dichas funciones los dos días siguientes, muchos bumangueses tuvimos la oportunidad de visitar (por primera vez en mi caso) el teatro, de sentarnos en una de sus sillas y hacer parte de un momento que si bien puede sonar grandilocuente, fue histórico, un momento que Bucaramanga debe atesorar por lo que es y por lo que puede representar.


El Teatro Santander, esperando por sus espectadores

Conseguir la boleta para la última función de ese primer acto fue algo que me emocionó mucho, como si de alguna forma retribuyera su valor histórico y le agradeciera por ayudarme en esa búsqueda de la identidad. La función contó con una obra inédita (Batalla por la Independencia del compositor  Jesús Pinzón Urrea), el Concierto N°2 en Fa Menor para piano y orquesta de Frédéric Chopin y la Sinfonía del Nuevo Mundo de Anton Dvořak, las cuales fueron interpretados por la Orquesta Sinfónica UNAB junto al pianista invitado Sergei Sichkov y la conducción de Eduardo Carrizosa, también invitado. 


El telón de fondo fue elaborado por la artista Beatriz González, en una clara alusión al Cañón del Chicamocha

Producto de la restauración algunas partes se perdieron para siempre, pero tanto la fachada del teatro como algunos elementos se mantienen en pie. Aun quedan detalles por solucionar y optimizar, pero fue sobrecogedora la asistencia y el entusiasmo de la gente. Igualmente, la programación anunciada promete y hay que apoyarla. Hay que prestarle ojo a lo que vayan compartiendo tanto por redes como en su página de internet (Teatro Santander


Todos somos teatro

Se siente entonces un respiro en el entorno cultural de Bucaramanga, hay esperanza. Pero ojo, hay que promover este tipo de lugares, asistir, apoyar económicamente, sentar una posición. Hay que integrar este tipo de iniciativas con una mejora de los sectores donde están ubicados, revitalizar el centro, es una deuda social enorme que tenemos y tienen las autoridades. Como dije, hay esperanza, pero no hay que bajar la guardia. El recinto cultural más antiguo de la ciudad, que es el Coliseo Peralta, también requiere una restauración, la plaza San Mateo sigue luchando por sobrevivir, la casa de Custodio García Rivera apenas está en pie. Hay que seguir construyendo identidad a través de la preservación y difusión de nuestro pasado.



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