Hablemos de dinosaurios... ¡Sí! ¿Por qué no hacerlo? Después de todo soy el creador de este mundo, de palabras que giran entono al término B A N J O y al menos este año, por fin, (¡Sí, por fin!) voy a superar la barrera de las tres entradas anuales, un anti-récord del que para nada me siento orgulloso.
En absoluto este fue mi primer recuerdo con dinosaurios, pero que mejor forma de convidar a Stravinski a un blog sobre banjos jaja
No he hablado mucho de esto, pero resulta que mi álter ego corresponde al de un simple geólogo, que por avatares de su lugar de nacimiento no pudo estudiar lo que soñaba de niño. Y sí, es un sueño recurrente, para nada especial, el ser paleontólogo. Muchos niños lo tienen, acumular información es divertido, imaginar un mundo que ya no existe también lo es. Y en últimas fue un sueño, ya remoto, en el que participaba en expediciones gigantescas por el Desierto del Gobi, en la búsqueda de cráneos y falanges de dimensiones demenciales. Por ende, mi imaginación se alimentó de lo que ofrecía el cine y la televisión de la época, y de esa forma, me convertí en una víctima consciente, agradecida, de programas del naciente Discovery Channel "Mundo Paleolítico" o de la ya lejana Jurassic Park. Crecí, y algo resignado por la enorme distancia que me separaba de lugares como la Universidad de La Plata o la Universidad Complutense de Madrid, negocié mis gustos por la profesión que más se acercaba, y heme aquí, hablando de dinosaurios en un blog de banjos.
Sí, a fuerza de creérmelo, soy un paleontólogo, pese a no estudiar dinosaurios, ni haber puesto un pie en el Gobi, ni ser medianamente reconocido, ni saber explicar a veces (en realidad casi siempre) cómo es que me gano la vida en la actualidad. La verdad sea dicha, me resulta más fácil explicar algún dato rebuscado de Wikipedia, que el significado y propósito de trabajar con foraminíferos fósiles (¿ven?). Y lo curioso es que cuando lo consigo, me hago entender, de verdad, y eso se siente bien, tanto como cuando aprendo melodías nuevas en el banjo...
The country of the Iguanodon (John Martin, 1837)
Entonces soy un paleontólogo, y cuando toco el banjo, soy un dinosaurio. Sí. Sé que es así. Soy un dinosaurio que intenta explicar en un blog, a veces en otras redes, sobre qué hace con un instrumento foráneo, y con un repertorio principalmente compuesto hace un siglo o siglo y medio; en un artefacto extraño, un ornitorrinco de las cuerdas pulsadas, que igualmente es centenario (una cuña que no suelo desaprovechar). Soy un dinosaurio, y a diferencia de ese microcuento críptico de Augusto Monterroso, cada vez que despierto no me percato de mi existencia. No, lo que suelo hacer es repasar mis faltas, enumerar lo que aún no he podido dominar con el instrumento, desear, anhelar, codiciar. En últimas, porque además de ser un dinosaurio sigo siendo un niño, recuerdo mi primer banjo, su quinta cuerda desafinada, la primera vez que oí el estilo clásico, la locura que fue tocar en el congreso de Sitges, los grabados de hojas en el mástil del Stewart, mi primer walking line en el banjo-bajo, lo liviano del banjolele, y así; recuerdos que se acumulan por más tiempo del que a veces debiera... Y todo, casi todo, lo he hecho a fuerza de terquedad, de una disciplina que no creí posible cuando empecé, y los de la casa se preguntaban si podría hacer tocar siquiera una canción infantil... Y se siente bien, como cuando me hago entender con los foraminíferos...
Tal vez sea el único o el último de mi especie, y eso estará bien, o estará mal, ¿quién sabe?, pero de lo que estoy seguro, es que a veces; sí, así sea a veces, debería ser consciente de la resiliencia con la que he asumido este reto de amar a un banjo, de desentrañar sus más profundos secretos. De esa forma, cuando llegue el momento de la extinción, podré cerrar los ojos con tranquilidad, orgulloso de lo que hice con diez dedos torpes, cinco cuerdas de nailon y una curiosidad siempre infantil.
En últimas, todo tiene su momento y su significado. Así sea uno extinto
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