jueves, 25 de febrero de 2016

Pequeños detalles, pequeños retos

Usualmente escribo o me imagino historias del origen de los banjos que se van acumulando en el apartamento (aka síndrome del banjo adquirido). Lo hago porque me gusta imaginar bajo que circunstancias (en particular mi querido SS Stewart, aka Sussie) fueron "traídos al mundo". Después de todo, a pesar de que estos ya sean tiempos industriales y prefabricados, el construir un instrumento musical debe traer en algún punto algo de magia. En algún momento de su creación debe aparecer lo que uno podría llamar el "alma" y esa esencia tal vez espera la aparición del músico con el que se pueda compenetrar. Obviamente, como todo en la vida, habrán instrumentos destinados a ser destruidos de forma burda en un concierto o condenados a sufrir la muerte del gorgojo o el óxido. Igualmente, habrán ocasiones en que interpretes geniales, así lo perciba la gente, pasarán toda su vida buscando el instrumento que los haga sentir en otro plano de su desarrollo como músico.

Son conjeturas, libertades poéticas llamémoslas, pero realmente considero que en las circunstancias, fortuitas o no, radican las grandes historias y muchas veces las anécdotas que nos definen como personas, sea promedios, míseras, extraordinarias, musicales o novatas.


En este "coqueto" estuche llegó el nuevo integrante de la familia banjera

Bueno, la idea de un nuevo y probablemente último banjo la tenía en la cabeza desde hace rato. Otra cosa es que tuviera los medios y el tiempo para materializar la idea. Precisamente buscaba la forma más orgánica de evitar el dilema que ya había vivido con el banjo bajo. En general, desde que practico siempre he tenido que lidiar con el dilema de un viaje o un día ajetreado. Para el primer caso ha estado Sussie y no creo que cambie mucho ese aspecto. Después de todo, las experiencias han sido agradables y no deja de ser divertido el saber que se viaja por todas partes del país o por fuera de este, con el banjo preferido. El segundo caso es más complejo porque en algunos momentos, pequeños imprevistos en el día: reuniones, salidas, un descuido mio por cansancio, me dejan o con un margen de tiempo corto para buscar el banjo en la casa, o en su defecto con el sinsabor de no haber practicado por no mover el banjo. En ese punto es que germinó la idea de un banjo portátil, de uno que me permitiera practicar en cualquier sitio sin importar la circunstancia y que su transporte no me demandara o sustos por los azares de un viaje (una destripada, un golpe seco, etc.) o molestias al que me acompañara (créanme, yo mato por mis banjos, pero tampoco quiero que me maten por incomodar con el estuche). De tal forma que el año pasado me puse a evaluar opciones y quede entre dos: 1) un banjo tipo viajero (travel banjo les dicen) cuya característica es que el mástil se dobla haciéndolo muy maleable y 2) un banjo ukelele (banjolele les dicen) que como su nombre lo indica, básicamente es un banjo de proporciones y afinación de ukelele. Había una opción similar a este que era lo que denominan banjolina pero este tenía el agravante que los modelos en el mercado son bien costosos al igual del hecho de que no disponía de mucha información acerca de sus cuidados y técnica.

¿Porque me terminé decantando por el banjolele? Creo que es la gama de cosas que puedo probar con ese instrumento. Con el ukelele sucede algo parecido con el banjo en el sentido de que los clichés suelen dominar todo el espectro que se puede alcanzar con ellos. Con el banjo he nombrado varias veces que la imagen del campirano tocando bluegrass causa que mucha gente solo conciba ese instrumento como algo burdo e incapaz de tocar piezas de distinta índole (nada más lejos de la realidad si han pillado toda la publicidad que le doy en el blog). También he contado varias veces que es precisamente esta búsqueda de sonidos lo que me ha demostrado que esa impresión está muy alejada de lo que es la realidad del banjo. Bueno, con el ukelele pasa que los clichés rondan por la película hawaiana (inevitable considerando que su popularidad se debe a su origen en la isla) y la imagen del hipster tocando temas en un bosque de pinos o en un café. Entonces, el tener este banjolele creo que es mi forma de protestar por esos estereotipos y de paso una forma agradable de seguir expandiendo mis retos como interprete. Tomada la decisión me hice tripas corazón por el dólar y con el ahorro que había destinado para ese propósito me decidí a comprarlo. La tienda es la misma donde compre a Sussie (Bernunzio, muy buena la recomiendo!) y como ya me conocían el trato fue bastante bueno. Igualmente aproveché para armarme de provisiones y comprar juegos de cuerdas para ambos banjos (tremenda imprudencia al no tener repuestos este tiempo!!).

Un pequeño foto estudio del nuevo integrante. ¿Nombres para el chiquilín? Solo se me viene a la cabeza Billy Butters como el personaje de South Park

El último ítem fue un método de ukelele que también me sirve. De lo que he podido probar hasta ahora, me ha gustado porque viene cargado de ejercicios por probar (con notación musical normal y las infaltables tablaturas) y claro está, temas que quisiera aprender con el mismo. Por ahora, les comparto un grabación corta con temas que salen en el método y más bien obvios, solamente para que se hagan una idea de como suena.

Pésima grabación, ligeramente buena (no nos demos tan dura esta vez jeje) interpretación de estos caspeadísimos temas

En entradas posteriores les estaré contando en que consiste el método de aprendizaje y los temas que estoy aprendiendo con el mismo. La cosa pinta muy divertida y es genial (jaja a los que acompañan viajando no les parecerá tanto a veces) saber que no hay excusa para no banjear ahora!.

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