Viaje curioso fue el de este año por Brasil (¡Miércoles!, ahora que recuerdo fue el segundo...ya hablaré de balances de estos años en la próxima entrada). Siendo un ñoño de primera línea, lo normal es que el motivo hubiera sido por un congreso (el primero a Brasil lo fue) o algo relacionado con el banjo. Tampoco hubiera sido extraño que el viaje que inspiraba esta nueva crónica banjera correspondiera a una de las aventuras personales a las que estoy acostumbrado. No, este viaje a Brasil fue un regalo que hace mucho quería darle a mi papá, y siendo la Copa América allá, terminó siendo la excusa perfecta para que mi cuñado también se animara a ir, y entre los tres conocer lo que nos podría ofrecer el famoso nordeste y la ciudad de Salvador de Bahía.
Confluencia de saberes
De modo que hicimos maletas los tres, y el banjo, claro está, porque este nuevo viaje era la excusa perfecta para probar nuevas locaciones y vídeos para caspear por redes; la vergüenza dicho sea de paso, trasciende fronteras... Y estuvo bien, más que bien la experiencia, ya que disfrutamos todo lo que nos ofreció la ciudad: sus moquecas de camarón, la vista del faro de Itapúa, las postales cerca de la casa de Jorge Amado, mientras un montón de turistas se tomaban la reglamentaria foto a lo Michael Jackson, un par de goles en el estadio Fonte Nova...y claro está, los vídeos frente a la Iglesia de Nuestro Señor de Bonfim, que es de lo que quiero hablar en últimas.
Imágenes exclusivas del banjista haciendo ruido en El Dorado jaja
La idea original, y por original supondrán ya que no se consiguió, era grabar una nueva edición de lo que llamo Banjo Sessions en el canal de Youtube, con un par de vídeos en algún paraje típico de la ciudad. Como era de esperar, la imagen que tenía en mente era tocar en alguna de las plazas en Pelourinho, a la usanza banjera de un They don't care about us. Tras un par de días turisteando y moderadas jornadas de práctica en un recodo del hotel, se hizo evidente que era virtualmente imposible tocar algo allí, y más considerando que todo el Casco Antiguo estaba en modo carnaval; en parte por los turistas que veníamos a la Copa América, y más que todo por las inminentes fiestas de San Juan (comparto un vídeo pequeño abajo).
Un "bloco de carnaval", calentando motores
Tocó improvisar entonces. La segunda opción que tenía en mente era la Iglesia de Nuestro de Señor de Bonfim, de tal manera que emprendimos camino (un largo camino, las distancias siempre fueron un rollo en Salvador jaja) y tras visitar la iglesia y colocar las tradicionales cintillas (son promesas o agradecimientos que se hacen) en la reja de la entrada, empezamos a grabar. Para variar, pasó de todo jaja, desde el vendedor de frutas (el vídeo de abajo), hasta un viento medio huracanado que nos acompañó todo el tiempo. Naturalmente hubo cientos de descuidos y tras algunas luchas me decanté por tocar un par de temas sencillos del repertorio; la vieja confiable que llaman jaja. Los primeros intentos fueron con Reckless Rufus y pues, la verdad sea dicha, fracasé estruendosamente, de modo que cambiamos de mesones en el parque y probamos suerte con otra toma, y otro tema...
Probé suerte entonces con Electric Dance que sí, sí, lo sé, es el tema que toco cada vez que puedo jaja, pero ya en este punto la meta era poder grabar algo decente. Adiós la idea del vídeo en Youtube. Y tal vez el hecho de sustraerme de esa obligación personal hizo que todo fluyera, que el vendedor ruidoso siguiera su camino, que el viento cediera un poco (só um poquinho) su ímpetu, que no me importaran las conversaciones que medio entendía alrededor, y que los dedos disminuyeran sus índices de torpeza habituales. ¡Finalmente salió un tema completo!
¡Milagro en Bonfim!
Tras lograr la anhelada meta seguimos probando nuevos temas, pero fue imposible, y en este caso, una golondrina sí hizo verano. El unicornio musical o el hada banjera, como la quieran llamar, había hecho su aparición y se había escabullido en el viento... Entonces tomamos un par de fotos adicionales, de esas que buscaban enaltecer el banjo, y digo, eso me sigue pareciendo genial, porque creo que ni en sus sueños más locos, Samuel Swain Stewart se hubiera imaginado un banjo suyo en este recodo de Brasil. Entonces (de nuevo), pensé en como los elementos se buscan, porque en medio del ambiente festivo que nos rodeaba en la ciudad, de sus incontables tambores, de su indescriptible y maravilloso sabor afro y ancestral, mi banjo estaba casi como en casa, así sus elementos fueran tan americanos como un pie de manzana o el Tío Sam apuntándote al ojo. A lo lejos, muy lejos, creo haber escuchado el acompañamiento de un par de cavaco-banjos que vi en Pelourinho, pero de los que por desgracia (descuido, torpeza, más bien) olvidé registrar en fotos.
Buscando la carátula para mi próximo álbum de trash-metal cristiano, con toques de folk y champeta jaja
Después de pensado esto, solo restó viajar y comer como si no hubiera un mañana (la comida del nordeste solo inspira gustos paganos jaja). En resumen, fue la experiencia que imaginaba como regalo para mi papá, y un sin fin de recuerdos e ideas para el futuro próximo. También, y por qué no, si bien era muy especulativo en ese momento, fue el abre-bocas de lo que este 2020 nos depara a mí y al banjo. Porque sí, estoy a pocas de semanas de ser embebido por la experiencia de mi anhelado doctorado (habló el alter ego paleontólogo con el que convivo), y los dioses yorubas, porque ahora pienso que solo pudieron ser ellos, me conducirán nuevamente hacia la hermosa Brasil, um poquinho al sul.
Las historias que surjan, ya las estaré narrando...
¡Obrigado!
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